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Algunas cosas que nadie dice sobre las corridas de toros

La negación del diputado Cantó de los derechos de los animales a generado una oleada de críticas; tantas como de entusiastas adhesiones, muchas de ellas basándose en los argumentos archiconocidos de Savater y Vargas Llosa. Ambos taurófilos, defienden sus posiciones desde la retórica aseverativa desde el contractualismo y el racionalismo. Olvidan que, por más que a ellos les disguste, ninguna de sus posiciones filosóficas deja de estar sujetas a la crítica. Incluso la negación de Kant del noúmeno es magistralmente refutada por uno de sus discípulos: Schopenhauer. Pero no nos adentremos en la disquisición filosófica, pues esta lleva en riña desde hace tres mil años y nada apunta que vaya a lograrse ningún avance. La realidad es que los filósofos morales  discrepan profundamente del estatus ético de los animales no humanos, pero ninguno, o muy pocos, sostienen que no tengamos ninguna obligación de respeto mínimo (1). Es decir, aunque no se ponen de acuerdo en la existencia o no de los derechos de los animales (lo cual no es sorprendente, pues hay también desacuerdo en relación a la misma cuestión sobre los Derechos Humanos), existe amplio consenso en considerar reprobable el maltrato animal. En este sentido, en 1999 EE.UU. aprobó leyes que prohíben la creación, venta o posesión de de material gráfico que muestre crueldad hacia los animales (2). Esta legislación está en la línea de la inmensa mayoría de los países más desarrollados, que prohíben cualquier forma de crueldad innecesaria hacia los animales, su reproducción gráfica y la obtención de beneficios económicos con el maltrato a los animales.

Sin embargo, en España, se sigue amparando legalmente la tortura – y su exhibición con fines de lucro – de los toros. Se justifican, básicamente en retorcidas interpretaciones filosóficas y en premisas falsas o intencionadamente parciales. Por ejemplo, se dice que se trata de la “fiesta nacional”, defendiendo que las corridas de toros forman parte de la identidad de España. Esto no es cierto en modo alguno. Corridas de toros se celebran hasta en China, y en muchos países como Ecuador o Venezuela, la pasión por la tauromaquia es mucho mayor que aquí, donde la sociedad (en más de un 70%, según las encuestas) le dan la espalda mostrándose contraria o indiferente ante el linchamiento de un animal en la plaza.

Se pretende, de manera soez y malintencionada, hacer ver que las corridas de toros son “typical hispanish”. Lo cierto es que los espectáculos taurinos tienen su origen en la cultura grecorromana, y nacieron al otro lado del mediterráneo. Durante la Edad Media fueron festejos muy populares en toda Europa, solo que la Ilustración fue logrando poner coto a estos espectáculos crueles. De hecho, existían múltiples formas de lucha taurina, algunas incluso empleaban a otros animales, como los bull-baitings inglesas, prohibidas a partir de 1824. La Iglesia, en múltiples ocasiones intentó poner freno a estos espectáculos brutales que, desde su perspectiva, significaba también la continuación de ritos paganos que detestaban. Así, en Pío V prohibió estos espectáculos bajo pena de excomunión en Salute Gregis (1567). La actual posición de la Iglesia Católica es la de considerar las corridas de toros como espectáculos “poco edificantes”.

Reyes como Felipe V y Felipe VI lucharon por erradicar esta costumbre, prohibiendo el uso de caballos en las corridas y prohibiendo el lucro en las mismas. Algo que ya había hecho, en sus tiempos, Alfonso X, el Sabio. Jovellanos, el gran ilustrado español, fue uno de los más fieros detractores de las corridas de toros, a las que consideraba espectáculos poco didácticos. Más 

tarde,  Carlos III, siguiendo los consejos del Conde de Aranda, prohibió definitivamente esta práctica. Fue con la llegada de Bonaparte, en un intento de ganarse al pueblo, que se levanta la prohibición. La restauración posterior del brutal Fernando VII será determinante para su retorno. Este rey, el mismo que reinstauró la Inquisición, financió y potenció estos espectáculos taurinos, redefiniéndolos para el culto y la idolatría a su propia persona.

En la actualidad, la sociedad española ha dado la espalada a unos espectáculos que considera salvajes, propios de épocas de barbarie, residuos de un pasado en blanco y negro al que nadie desea volver. La defensa de las corridas de toros, cuya continuidad se ha debido sólo a la debilidad de la Ilustración Española, nos aleja de Europa y del mundo, anclándonos en un pasado de violencia y falta absoluta de respeto hacia la naturaleza y a nuestra propia dignidad humana, pues el hombre se define en cómo trata a quienes son más débiles que él.

 (1)    De toros y argumentos. Artículo publicado en el País el 10 de agosto de 2010. Firmantes: Pablo de Lora, profesor titular de Filosofía del Derecho de la Universidad Autónoma de Madrid; José Luis Martí, profesor titular de Filosofía del Derecho de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, y Félix Ovejero, profesor titular de Ética y Economía de la Universidad de Barcelona.

(2)    Idem. 

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