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A Dios lo que es de Dios, y Cesar lo que es del Cesar

Es una cuestión de justicia reconocer a la Iglesia aquello que hace bien. En especial si se ha sido, como yo, muy crítico con sus actuaciones. A nadie que lea con regularidad este blog se le escapa mi actitud contraria a las posiciones ultraconservadoras de la Iglesia Católica. De comulgar con ellos estoy libre de sospecha. Pero debo reconocer que no todo en esta Institución es malo ni merece la crítica mordaz de la que suelo hacer gala.

En las últimas semanas, la autoridad de Rouco se ha visto torpedeada por continuas manifestaciones públicas de organizaciones católicas y obispos de diferentes diócesis. No se trata de disidentes que cuestionen los dogmas católicos o la doctrina del Papa, sino de religiosos y hombres de fe que no están dispuestos a comulgar con carros y carretones.

La Conferencia Episcopal Tarraconense se ha desmarcado de la Conferencia Episcopal Española y el apoyo que esta última parece ofrecer al núcleo ultraconservador del PP. También el obispo de San Sebastián, monseñor Jose Ignacio Munilla, ha hecho públicas duras críticas hacia las instituciones financieras y la corrupción política. Ha llegado a manifestar que <<sisar a Hacienda parecía estar fuera del campo moral>> o que <<las administraciones han gastado el dinero que no tenían, comprometiendo el futuro de las generaciones venideras>>. 

En la homilía que celebró en la basílica de Azpeitia con motivo de festejar el aniversario de San Ignacio de Loyola, supo fijar correctamente algunos de los errores que nos han traído a la actual situación e incluso identificar la pobreza moral y ética que los permitió. Resulta también interesante el hecho de haber elegido un marco “jesuita” para hacer valer su opinión.

No es esta la única voz que se alza contra el silencio de la Conferencia Episcopal y su evidente alineación política. También la Hermandad Obrera de Acción Católica y la Juventud Obrera Católica firmaron juntos un comunicado en el que se cuestionaba la Reforma Laboral de Rajoy. Este documento, que fue distribuido en diferentes parroquias, fue censurado por Rouco Valera. Sin embargo, el cardenal Lluís Martínez Sistach, arzobispo de Barcelona y miembro de la Prefectura de Asuntos Económicos de la Santa Sede, es decir: uno de los hombres más poderosos dentro de la estructura de la Iglesia y en especial del Vaticano, no sólo permitió que el documento fuese distribuido en las iglesias bajo su jurisdicción, sino que lo apoyó expresamente.

Pocas veces tengo la oportunidad de escribir algo bueno sobre la Iglesia. Casi siempre que hablo de esta institución es para criticarla. Pero crean que me alegro de poder teclear a favor de la actitud de estos religiosos, algunos de ellos muy influyentes, y católicos de base. No comparto sus creencias, es cierto, pero las respeto, y sobre todo, soy consciente de la necesidad de una Iglesia Católica moderna y comprometida para el bien de la sociedad y en especial de sus fieles.

No voy a tirar cohetes de alegría. Tampoco es que hayan dicho nada del otro jueves, pero han abierto una fisura importante, demostrando que hay muchos religiosos que comprenden a la sociedad y sus problemas y están dispuestos a arrimar su hombro dejando a un lado sus intereses particulares y las posiciones dogmáticas de algunos.

 

Miserias del Vaticano (III)

09/07/2012 1 comentario

Conspiración para matar a un Papa.

Cerraré esta miniserie de artículos sobre las miserias que esconden los vetustos muros del Vaticano con el supuesto complot para asesinar al actual Santo Padre. Fue el periódico italiano Il Fatto Quotidiano quien denunció la trama por primera vez; si bien es cierto, que los rumores llevaban semanas alertando de una posible conspiración criminal en la Iglesia Católico.

Las primeras informaciones que llegaron desde la Santa Sede, parecían – o así lo juzgué entonces – que tendrían que ver con los siempre oscuros asuntos de las finanzas vaticanas, investigadas por la fiscalía de Roma por presuntos blanqueos de capital procedente de negocios de la mafia.

Muchos medios católicos, o cercanos a las instituciones más conservadoras de la Iglesia, intentaron no dar excesiva publicidad a la noticia. Cuando los medios de comunicación alejados de su influencia comenzaron a opinar y arrojar más datos sobre la conspiración criminal, corrieron a intentar minimizar los hechos o descalificar a quienes lo sacaban a la luz. Es parte de la batalla mediática que se libra desde hace meses y que, en el fondo, responde más a los combates por el poder dentro de la propia jerarquía católica que a la opinión que tengan quienes no se sientan vinculados a ella.

Aunque muchos pretenden negar lo evidente, en el seno de la todopoderosa Iglesia Católica se libra una batalla de poder que enfrenta a los sectores más progresistas contra los más conservadores.

Algunos autores identifican las facciones en liza con el Opus Dei y los Jesuitas. El grupo ultraconservador liderado por el Opus, y que disfruta del poder actualmente en la Iglesia Católica, estaría formado también por los legionarios de Cristo, los Kikos y el Yunque, apoyados por buena parte de los obispos y casi la totalidad de los clérigos titulares de los centros de culto más importantes del catolicismo. En el otro bando, el de los progresistas capitaneados por los Jesuitas, encontraríamos a la gran mayoría de las órdenes religiosas monásticas y mendicantes, a las congregaciones religiosas,  la mayoría de las órdenes de clérigos regulares, y la mayoría de los clérigos de parroquia.

Sin embargo, los intereses particulares de los diferentes actores, y los intereses personales de sus líderes, impiden trazar una línea que diferencie a las dos corrientes, pues son muy heterogéneas en su composición, y además, las traiciones, y los cambios de opinión de última hora para hacer prevalecer un interés propio, están a la orden del día.

La gran oleada de información que llega desde la otrora hermética Santa Sede, así como los últimos cambios decididos por Benedito XVI, responderían a las escaramuzas de esta guerra tapada. Un conflicto viejo en el seno del catolicismo que parece dispuesto a cobrarse sus víctimas, y no solo en el sentido figurado.

Según informó el citado rotativo italiano, Darío Castrillón Hoyos, cardenal colombiano, hizo llegar al Papa un documento secreto y anónimo en el que se refería una conversación del arzobispo de Palermo, monseñor Paolo Romeo, durante un viaje a China en noviembre del año pasado.

En esta conversación, Paolo Romeo,  a quien muchos consideran el próximo pontífice, aseguró que Benedicto XVI <<moriría antes de doce meses>>. Sin embargo, el propio Romeo habría hecho referencia a otro cardenal como probable sucesor del Santo Padre, el arzobispo de Milán, Angelo Scola.

En respuesta a las acusaciones que hizo Castrillón, la Santa Sede habría contestado restándole importancia. El actual portavoz del Vaticano, Federico Lombardi, indicó que se trataba de <<delirios que no debían tomarse en serio>> y que era una trama <<tan increíble que no debía tomarse en serio>>.  A pesar de este aparente desinterés por las acusaciones, la carta de Castrillón llegó a los medios de comunicación italianos y de ellos a todo el mundo, sin que el Vaticano haya desmentido la veracidad de los documentos o negado oficialmente la existencia de este complot.

La posición de la Iglesia en este asunto es, como era de esperar, ambigua. Ni afirma ni desmiente. Deja que cada quien haga sus propias cábalas. Pero al margen de creer o no en la veracidad de la trama asesina, lo cierto es que el impacto de la filtración en las jerarquías católicas ha debido ser fortísimo. Más de uno está en estado shock desde la publicación de la carta de monseñor Catrillón en la prensa mundial.

¿Fue la filtración del documento una maniobra para deteriorar las posibilidades de elección en el Cónclave de Socola o Romeo como nuevos Papas? ¿O con esta filtración se pretendía advertir a los conspiradores – en caso de que existan, y sean quienes fueren – del conocimiento que Benedicto XVI tiene de la conspiración? ¿Puede que el actual Papa, al verse presionado por sus antiguos aliados para que abdique y convoque un nuevo Cónclave, haya urdido esta falsa trama para ganar tiempo? Dudas que temo nunca serán resueltas.

No obstante, todas las preguntas pasan por el mismo cruce: la proximidad de un Cónclave. Son muchos los movimientos en la curia que pueden ser interpretados como una toma de posiciones ante la elección de un nuevo Papa durante este año 2012. Una elección que, si se produjese, estaría para siempre ensombrecida por las informaciones que han llegado hasta la opinión pública.

Entiendo, y esta es mi opinión personal al respecto, la interpretación de la información que tengo (tanto de aquella que puedo compartir como la que no), que el Papa ha empleado un astuto y antiguo engaño para  calmar los ánimos y evitar verse obligado en breve a convocar un Cónclave.

Quizás, el peso de las profecías de San  Jeremías y San Malaquías – entre otras – tenga más importancia de la que imaginamos. Al fin de cuentas, Benedicto XVI, además de un gran intelectual, es también un hombre de fe; como muchos otros príncipes de la Iglesia. Cierto que no comparto ni un uno por ciento de sus ideas, pero esto no me impide respetar y reconocer aquello que les honra.

Para muchos de nosotros, hacer referencia a unas profecías del siglo XII resulta novelesco. Pero para quienes creen en la doctrina de la Iglesia, que en buena parte se sustenta en profecías, es parte de su propia naturaleza. No en vano, las profecías del arzobispo Malaquías de Armagh fueron custodiadas en los archivos secretos del Vaticano durante, al menos, cuatrocientos años. Y aunque consideremos que se trata de un documento que se escribió para favorecer la candidatura de Girolamo Simoncelli para suceder a Urbano VI a finales del siglo XVI, la opinión de los creyentes suele ser otra muy distinta. Y como es lógico, esas creencias influyen, consciente o inconscientemente, en las pautas de conducta.

Lo curioso es que la opinión pública esté tan dispuesta a considerar como cierta la conspiración para matar al Papa, e incluso algunos consideren como probable el hecho de una trama asesina dentro de los muros vaticanos.

Sin duda, la historia de complot y crímenes en la Iglesia es tan abultada que resulta imposible no considerar la opción de una muerte violenta del ocupante de la Silla de Pedro. Al fin de cuentas, han sido trece los Papas asesinados durante su pontificado. Uno de ellos, casualmente, se llamaba Benedicto VI. Y esta lista son solo los “asesinados oficialmente”, es decir, los que se reconoce sin lugar a dudas que fueron asesinados. Sobre otros muchos Papas sólo existe la sospecha. El último de estos Papas que han sufrido muertes inexplicables o extrañas fue Juan Pablo I.

Apodado el “Papa de la sonrisa”, Juan Pablo I sólo ocupó el obispado de Roma durante 33 días. Se dice que, en una ocasión, aseguró que su pontificado sería breve y que lo sucedería <<el extranjero>> que se sentaba frente a él en el Cónclave: un joven cardenal llamado Wojtyla, cómo terminó ocurriendo.

La muerte de Juan Pablo I, en quien muchos habían puesto esperanzas reformistas, siempre estuvo rodeada de misterio. Desde la manera en la que se encontró el cadáver, por una monja que reparó en que el Santo Padre no había acudido a tomar su café; al hecho de no trascender detalles de las causas de su triste fallecimiento.

Hubo además muchas contradicciones entre quienes tuvieron acceso al cuerpo sin vida de Juan Pablo I. Tan extraña fue la muerte del Papa, que siempre había gozado de una salud de hierro, y confusas las informaciones que transcendieron, que pronto se alzarían voces dentro de la propia Iglesia Católica exigiendo una autopsia y una investigación de la muerte del pontífice. Entre las voces que lo exigieron, estaba el obispo de Cuernavaca, monseñor Méndez Arceo, y Franco Antico, dirigente de la organización tradicionalista Civiltà Cristiana. El sacerdote Jesús López Sáez, en su obra Juan Pablo I, caso abierto, asegura que el Papa fue asesinado por una ingestión mortífera de un fármaco vasodilatador justo antes de realizar importantes cambios en la curia.

Con semejantes antecedentes, tan cercanos en el tiempo, y el habitual secreto que rodea los manejos políticos de la Santa Sede y las Conferencias Episcopales, es comprensible que cualquiera, al tener noticia de la existencia de una conspiración para asesinar a un Papa, opte por considerar plausible la teoría del complot.